Roberto Nespolo, es académico del Instituto de Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias desde el año 2003. Es Licenciado en Ciencias con mención en Biología, por la Universidad de Chile. Doctor en Ciencias Biológicas con Mención en Ecología, de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Realizó su Tesis Doctoral, en Genética Cuantitativa del Metabolismo en Mamíferos.
• Primero que todo y como pregunta transversal, todos queremos saber ¿Qué significa este premio para usted, considerando que la trayectoria que lo hizo ganador, da cuenta de muchos reconocimientos?
Dicen que nadie es profeta en su tierra, por lo cual me llena de alegría y satisfacción recibir un premio por parte de mis colegas UACh. Sin embargo, más que nada representa un reconocimiento a las excelentes personas (estudiantes, posdoctorantes y asistentes) con las que me ha tocado trabajar, muchos de los cuales conforman mi equipo de trabajo. También es un reflejo del buen ambiente que generan mis colegas del Instituto de Ecología y Evolución, y los alumnos del Programa de Doctorado en Ciencias Mención Sistemática y Ecología que trabajan en el Instituto. Todos ellos son un motor de nuevas ideas e investigación novedosa que se refleja en la productividad científica de nuestra unidad. Me gusta creer que funcionamos como una gran familia, en donde discutimos temas académicos con mucha rigurosidad y vehemencia, pero también celebramos la alegría de vivir con muchas actividades sociales y amistad. Sin duda, en esta familia son trascendentales nuestros queridos funcionarios no académicos: Vito, Marianne, Fredy, Vicente y don Pedro.
• Usted tiene un equipo de trabajo donde participan muchos investigadores jóvenes, estudiantes de pre y post grado ¿Cuál es la relevancia para la academia y la ciencia formar científicos desde temprana edad?
En teoría evolutiva llamamos “tiempo generacional” al tiempo que transcurre desde el nacimiento de un individuo hasta que el hijo de este individuo se reproduce dejando descendencia fértil. Así, el tiempo generacional de un científico puede ser de unos 15-20 años. Entonces, formar científicos relativamente jóvenes es todo un desafío, y creo que representa un elemento clave en el desarrollo de una nación basada en el conocimiento. En nuestro grupo de trabajo e instituto lo tenemos muy claro. Los países desarrollados reconocieron esto hace siglos y a diferencia nuestra, sus universidades tienen cientos de programas de doctorado en ciencias (y no un par de decenas, como en Chile), que reclutan muy tempranamente a los estudiantes. Gracias a esto, ellos generan su propio conocimiento básico y aplicado. Por otro lado, estoy convencido de que el conocimiento en su más amplia definición (también conocido como cultura), es esencial para que las personas tomen las decisiones correctas, desde qué presidente elegir hasta si es sensato pensar que el veneno de un escorpión cura el cáncer. Dejaremos de ser líderes en índices de desigualdad y subdesarrollo el día que los chilenos sepamos tomar decisiones informadas, lo cual pasa por crear un capital cultural propio. Formar científicos jóvenes, estoy convencido, contribuye a este capital.
• ¿Cómo proyecta su trabajo y su ser científico hacia la comunidad?
Me gustaría pensar que mi trabajo genera inspiración a otros estudiantes y colegas, para enfocar sus propias investigaciones. También, me gustaría que alguna vez los resultados de nuestras investigaciones sean útiles para los niños interesados en ciencias. No sé si ocurra, pero es un anhelo.
• De acuerdo a lo evaluado en el concurso, ¿Cuál es el hito más importante en su vida científica?
Es difícil mencionar un logro en particular. Por un lado estoy muy contento de haber creado un grupo de trabajo con todos los componentes de un equipo científico habitual: asistentes técnicos, estudiantes de pre- y postgrado, e investigadores postdoctorales. Además mantengo buena colaboración con valiosos colegas en Chile y el extranjero. Como equipo, siento que hemos logrado una identidad propia y una sensación de pertenencia que no estoy seguro exista en todos los grupos.
Me alegra mucho ver cómo mis muchachos comparten un lenguaje en común, se motivan con los experimentos y problemáticas que abordamos en conjunto y están permanentemente proponiendo nuevas investigaciones. Además, me gusta mucho el ambiente de colaboración y amistad que reina en nuestro equipo.
Por otro lado, me interesa formar buenos científicos, y eso parece que va a resultar. Dos de mis ex estudiantes ya están en las etapas terminales de su consolidación como científicos, perfeccionándose en estadías postdoctorales en Europa, y no me cabe dudas de que serán autoridades en sus temas, y buenos profesores, llegado el momento.
Me gustaría que en el futuro ellos y el resto de mis alumnos generen equipos de investigación en alguna parte del mundo (idealmente en Chile), y sean reconocidos como autoridades en alguna especialidad de las ciencias biológicas. Ellos son más inteligentes que yo, así que estoy seguro que lo lograrán.
• ¿Qué es para Ud. Ser científico? ¿Qué implica?
Podría escribir varias páginas para responder a esta pregunta. Lo intentaré en sólo una. El fisiólogo Knut Schmidt-Nielsen escribió en su autobiografía The Camel’s Nose:
“Se ha dicho que la función primaria de las escuelas es impartir suficientes hechos para hacer que los niños dejen de hacer preguntas. Algunos, para los cuales las escuelas no fueron exitosas, se hicieron científicos.”
Esta es mi versión favorita de la definición de científico pues en cierto modo, el científico de vocación se dedica a ser un poco niño durante toda su vida. Hace poco asistí con dos de mis alumnos a dar una charla sobre ciencia, ecología y biodiversidad al Windsor School, para alumnos de sexto básico y nos vimos en un verdadero aprieto con sus preguntas. Ellos sabían más que muchos estudiantes universitarios que conozco, pues son absolutamente honestos con sus dudas. Por eso, la mejor prueba empírica de que uno realmente sabe algo es intentar explicárselo a un niño de cuarto o quinto básico. Si te ves en aprietos con sus preguntas, quiere decir que debes ir a estudiar más (que fue lo que nos pusimos a hacer después de nuestra experiencia en el Windsor).
En términos más existenciales, creo que ser científico es vivir con preguntas en la cabeza, que a veces te quitan el sueño (no siempre), sobre el origen de todo lo que impregna tus sentidos. Esto te genera una obsesión por el acceso a la información precisa y detallada. Desde leer sobre el origen molecular de la esquizofrenia, hasta preguntarse qué hace que los notros florezcan simultáneamente en octubre, la mente de un científico se caracteriza por la observación, el registro de datos y la reflexión (al menos en mi caso).
Por loco (o raro) que parezca, no creo que sería feliz haciendo otra cosa, pero lo más importante: estoy seguro que no podría hacer otra cosa. En términos más prácticos, hoy en día uno dedica mucho tiempo a la evaluación de trabajos ajenos, desde postulaciones a proyectos y becas, hasta la evaluación de manuscritos científicos y proyectos de tesis. Pero trato de dar prioridad a mis estudiantes, quienes exigen estoicamente sus horas de dedicación para que uno les corrija sus manuscritos o ayude a analizar sus resultados experimentales.
En este sentido, con los tesistas he aprendido que es muy importante explicar con paciencia cómo se estructura una hipótesis, una introducción o una discusión más que decirles que está todo malo. Los estudiantes no nacen sabiendo y para algo está el profesor. No alcanza el tiempo para estar mucho en el laboratorio por lo cual intento entrenar buenos postdoctorantes o tesistas de doctorado, que organizan la investigación y me entregan periódicamente un buen destilado de los progresos (o fracasos). Aún así intento entrar al laboratorio tanto como puedo, para tener un feeling in situ de cómo van las cosas. Lo importante es saber cuándo dar un golpe de timón. Si una investigación no está resultando o me doy cuenta que estamos redescubriendo la rueda con algún experimento, a veces es necesario cambiar el rumbo y es clave hacerlo oportunamente.
Por ello, intento promover la diversidad temática entre mis alumnos y que no le tengan miedo a temas nuevos. Se puede decir que este trabajo es bastante intenso, pero al mismo tiempo, apasionante y gratificante. La facilidad de la vida en Valdivia lo mejora, pues combino trabajo en mi hogar con horas de oficina y mis muchachos saben que pueden discutir cualquier tema conmigo ya sea en el instituto, en la casa o en la cervecería. O a veces en el bosque, a la orilla del río o incluso remando.